Cada silencio respondía: “Madre de Dios”.
Cada pensamiento pedía: “Ruega por nosotros”.
Y ante tu pureza, nos sentimos “pecadores”
Cuando te vimos en la salida, sonreímos: “ahora”
Cuando te vimos en la recogida, entendimos: “y en la hora de nuestra muerte”.
Y cuando se cerraron las puertas de la capilla, cuando la Virgen de Fátima se quedó dentro, una mujer se santiguó y a otra se le escapó una lágrima. Un hombre suspiró y otro miró al cielo…
Ya era noche cerrada; ya era noche en la calle y en el alma.
Y el viento repitió por las esquinas: “Amén, amén y amén”.